Balcón Trianero

jueves, 9 de junio de 2016

Nazareno de la O-Retablo

Retablo de la fachada. Cuántas veces, durante un paseo con mi perro Bubu, me han visto algunos amigos detenerme ante un retablo cerámico de una Virgen trianera, o un Crucificado en cuyo rostro el artista refleja el padecimiento y el dolor que Jesús, el Nazareno, tuvo que soportar para mantener firme su mensaje. Me quedaba solo frente a esos bellos azulejos, tratando de interpretarlos, deseando saber que fue lo que movió al autor(a), plasmar esos sentimientos en aquellas pequeñas mayólicas unidas entre sí, como un rompecabeza resuelto.

Se abría ante mí secretos desconocidos, y me quedaba meditando un momento. Todo en vano, trataba de conseguir nuevas fuerzas en mi búsqueda del pasado, a pesar de cerrar los ojos, de no pensar en nada, de abrirlos luego de repente para tratar de volver a contemplar esos pequeños cuadrados pintados como la primera vez; pero no lograba saber nada nuevo en cada día que pasaba delante de ellos.

Reconocía su forma, su disposición, las líneas que trazaban parecían calcadas de algún misterioso dibujo amado que se agitaba en mi corazón. Pero no podía añadir más, incluso ellos, con su actitud bondadosa o dolorida, parecían expresar su pena por no poderme contar los secretos que escondían, y que yo no podía desvelar.

Son fantasmas vivos de un pasado querido, tan querido que hace latir los corazones de sus fieles como si fueran a estallar, y me tendían brazos impotentes, tratando de explicarme los sucesos acaecidos ante ellos en el transcurir de los siglos. Parecían reclamar mi atención, asomando sus miradas curiosas apresadas en sus ventanas de piedra.

Mi mente buscaba el misterio de cómo era este barrio hace siglos.Quiénes paseaban por las calles por las que paseo. Qué costurones dejaron en el alma de estos grandes artistas la lucha por el reconocimiento, o el anhelo del amor.Tenía ansias de descifrar sus sentimientos. Nunca lo sabré.

Pero en mi corazón, permanecía la angustia de volver la espalda para siempre a un pasado que no retornará. Renegando de los autores ceramistas muertos que me tendían brazos impotentes y parecían decirme: “Resucítanos”.

Junto a ese pasado, esencia íntima de nosotros mismos, las verdades de la inteligencia se me antojan poco reales. Por eso cuando el día siguiente, me planté ante la imagen del Nazareno, en la fachada lisa de la Iglesia de la O, el retablo exterior de mayor antigüedad de Sevilla, me llegaron nuevas sensaciones y renovados deseos de escribir algo sobre esta imagen con siglos de existencia.

Ahora bien, disponiendo ya de la inspiración adecuada, pasé a observar analíticamente todo el retablo, azulejo por azulejo, color a color, buscando las motivaciones que el autor tuvo para realizar este mural.

No sería aventurado decir, que no buscaba la perfección en el dibujo, su obra no está concebida para el beneficio propio, sino que la expone para el disfrute de sus convecinos y la puedan juzgar.

En el rostro del Nazareno apenas se adivina dolor. Su mirada resignada y complaciente la dirije al pedregal sobre el que anda; su cuerpo, no denota la delgadez a la que le llevó su forma de vida y los castigos recibidos. La túnica nazarena con la que cubre su cuerpo no está raída debido a los latigasos. Una cuerda acordona su ancho torso a modo de cíngulo y se alarga hasta el cuello rodeándolo. La pesada y perfectamente cortada madera de la cruz apenas sostenida con sus finas manos, aparece como un peso liviano, casi suspendida, levitando entre la espalda del Cristo y el claro cielo. En lontananza no aparecen amenazantes nubarrones oscuros, en su frente no gotea sangre de la corona de espinas, su cabeza desprende un difuminado halo de luz, como los resucitados, y los montes pintados con colores claros, alegres, apenas dan sensación de lejanía.

El autor anhelaba un paseo triunfal. En su cabeza las ideas tropezaban unas con otras y le negaban representar dolor, porque el amor a la imagen que nacía de sus manos se lo impedía. Este amor unido a su fe, le ha concedido una vida de siglos a su Nazareno. Porque también lo divino necesita de un pecho humano ardiente que lo sienta, para su mayor gloria, magnificiencia y tradición.
Rematando el mural en su parte baja, figura una leyenda con alguna palabras escritas en modo de acrónimos, pues su espacio estuvo poco ensayado. Exponiendo apretadamente lo siguiente:
“Hijas de Jerusalén: No lloréis por mí.. Si no llora por vosotras mismas, y vuestros hijos” Año de Cristo 1760 (traducidas las palabras acrónimas)
No necesitaba ser comprendido por esas personas inteligentes que ignoran que los artistas viven solos; que el valor absoluto de las cosas que ven no les importan. La escena que representa, en sí misma dolosa, es un Nazareno camino de la muerte. Sobre uno de los montes, dos cruces esperan la llegada de la tercera. Pese a que su paleta juegue con colores llenos de vida, de resurrección, hay jirones de la realidad circundante de los que no pudo desprenderse.
Lo universal es siempre parroquiano, de barrio, y eso lo entienden y lo entendieron los grandes maestros, casi siempre anónimos, que exponen sus obras mirando al pueblo. Gran parte del mismo les devuelve la mirada creando una complicidad de siglos entre los ceramistas y su barrio.


Si hay un color representativo de la vida es el azul. Azul como el agua del mar, y sin agua no hay vida. Eso lo entiende muy bien la memoria colectiva de este arrabal marinero lleno de alfares. La mirada vigilante de ilustres personajes que ven sus rostros plasmados en unos azulejos repartidos a lo largo y ancho de las calles de Triana así lo atestiguan. Así quedan convertidos para siempre en centinelas sin relevo, guardianes incansables depositarios de una forma de vivir y de un espíritu propio. Porque Triana nunca ha deseado ser otra cosa que Triana, esa es su esencia, su sencillez y su grandeza.                José Manuel Piñero Velasco.-
==========================
Hoy Jueves día 9 de Junio, él articulista que aquí firma, estará en RADIO TRIANA, 106.7 FM. de 12 a 13 Horas. 





Hacer clip, Facebook.- Aquí

Próximo capitulo. Manolo Marín. Arte del baile.

No hay comentarios:

Publicar un comentario